En 1785, en el barrio parisino de Javel, el químico Claude Louis Berthollet descubrió una sustancia con increíbles propiedades blanqueantes. Gracias a ella cualquier tela o papel podía ser decolorado a niveles antes imposibles. La llamó eau de javel (agua de javel), en honor al lugar donde había sido descubierta. Hoy la conocemos como lejía o hipoclorito de sodio.
Como la mayoría de descubrimientos por accidente, Claude Louis Berthollet no estaba buscando un bactericida cuando dio con el proceso para obtener lejía. En su investigación hizo pasar cloro a través de potasa.Tras este hecho descubrió una sustancia con un poder blanqueante sin precedentes.
Este médico y químico no supo apreciar el poder higienizante y antibacteriano de la lejía, a diferencia de su congénere Pierre-François Percy.
Pierre introdujo en el hospital Hôtel-Dieu de París un procedimiento de limpieza con este nuevo invento.
El resultado fue increíble, y se vio a los pocos meses de aplicar lejía diluida con agua en suelos y camas de metal. Limpiando con lejía se redujo la mortalidad por infecciones en un 54% entre 1801 y 1851, año tras el cual ya muchas instituciones y hospitales franceses, suizos, alemanes e italianos usaban esta, bautizada como l’eau de javel.
Por supuesto, por aquella época no se era consciente de cómo atacaba la lejía a las bacterias, virus y hongos. Tan solo se sabía que lavando ropas y suelos con aquel producto, se salvaban vidas. Lo que hacían, sin saberlo, era desinfectar.
El uso como desinfectante fue generalizado a finales del siglo XIX, cuando Luis Pasteur descubrió que las infecciones y la transmisión de enfermedades se deben a la existencia de microorganismos y, demostró que el agua de javel era el antiséptico más eficaz para la erradicación de gérmenes transmisores de enfermedades.
La lejía se obtiene industrialmente a partir de sal común (cloruro de sodio) por un proceso conocido como electrólisis. Se trata de hacer circular corriente eléctrica a través de una disolución de sal para que al final del proceso se origine un nuevo compuesto químico (hipoclorito de sodio).
Las primeras botellas de lejía llegaron a España en 1889. El empresario catalán Salvador Casamitjana decidió comercializar el producto bajo el nombre de Conejo-Estrella. El producto tuvo una extraordinaria acogida, fue muy valorado tanto por su poder blanqueante como por su poder de desinfección. En un primer momento se vendía a granel y era distribuida por pequeñas marcas de ámbito local por todo el país, transportada en carro. En 1910 Casamitjana abre una sucursal en Zaragoza, la primera fuera de Cataluña. Durante la siguiente década le seguirían Bilbao y Gijón.
La lejía es el desinfectante más usado en el mundo. Existe un concentrado del 0,025% de producto que fue conocido como la técnica de Carrel-Dakin y se convirtió en el método para tratar las heridas infectadas durante la Primera Guerra Mundial.
Se utilizó, también, durante un corto período de tiempo en Inglaterra, en el año 1854, combatiendo una epidemia de cólera, y fue utilizado de forma regular en Bélgica a partir de 1902. Como antiséptico, el hipoclorito sódico fue utilizado por primera vez a gran escala en Inglaterra en 1897 para la desinfección de residuos tras una epidemia de fiebre tifoidea. A finales de siglo se empezó a utilizar para desinfectar las manos de los médicos antes de las intervenciones quirúrgicas.
La Organización Mundial de la Salud, lo tiene muy claro, y aconseja el uso de la lejía como un método eficaz para la desinfección de agua para beber en zonas del Tercer Mundo sin acceso a agua potable.
Este producto se usa para la desinfección de todo tipo de elementos, suelos, baños, cocinas, cerámicas, sanitarios, agua, verduras y hortalizas. Su módico precio y su enérgica eficacia frente a las algas y bacterias hacen que sea el producto más adecuado para el tratamiento alguicida y bactericida del agua de las piscinas. También es usado en altas concentraciones en sistemas hídricos contaminados por “La Legionella” (torres de refrigeración, los sistemas de distribución de agua en lugares públicos, etc.) para neutralizar su avance y desarrollo.
No cabe duda de que la lejía es y será siempre una gran aliada.